Tú eres Reina de San Pablo
y sol de la Magdalena,
Amparo en todo quebranto,
Bálsamo de nuestra pena,
Patrocinio del que pide
apoyo en cualquier miseria:
que en tu corazón alado
y en tu talle de princesa
encontró cobijo el llanto
y consuelo la tristeza.
Tú eres Reina de San Pablo
y sol de la Magdalena.
Tú, que un uno de noviembre
paraste el temblor de tierra
que arrastrara hasta Sevilla
la tragedia lisboeta,
has sido puerto y refugio
de nuestra incierta existencia.
Tú, que hiciste de tu nombre
razón de ser y bandera
de un hospital para niños
proscritos a la miseria,
has sido para tus hijos
dulce regazo de seda.
Tú, que plantaste tu casa
en la fábrica mudéjar
de aquella vieja parroquia
que el cruel francés destruyera.
Tú que llevaste tu trono
donde tu feligresía fuera,
has sido, siglo tras siglo,
de la Magdalena dueña.
Mas sobre todas las cosas
¡Oh dulce abogada nuestra!
Oh siempre Vírgen María,
Refugio de nuestras penas,
en la hora de mi muerte
Tú serás mi madre buena:
Que en tu corazón alado
al cielo subir quisiera,
para vivir en la dicha
de tenerte siempre cerca,
amparado en tu sonrisa
y refugiado a tu vera.
¡Tú, mi Reina de San Pablo!
¡Mi sol de la Magdalena!