El paso de Nuestra Señora del Amparo fue estrenado en 1927, y se trata de una extraordinaria obra realizada en el taller de Antonio Corrales, con talla también de Rafael y Luis Domínguez, sobre proyecto de Montenegro. Su recia estructura (especialmente los candelabros, diseñados como compactos arbotantes) complementa con acierto la majestuosidad escultórica de la Virgen, que se alza sobre peana tallada por Lucas de Prada en 1831, según diseño del Arquitecto Municipal Melchor Cano. Es de estilo neoclásico. El paso porta cuatro candelabros de guardabrisas en forma de arbotantes, rematando con farol de orfebreria, obra de Jorge Ferrer. Los respiraderos prolongan este ritmo plástico, alternando espacios vacíos con adornos grávidos a modo de festones o cornucopias.
En palabras de Juan Martínez Alcalde, «en torno a una antigua peana neoclásica (magnífica obra de su estilo que la Hermandad supo conservar acertadamente) se creó un grueso entramado barroco, en madera muy sólidamente labrada. Un conspicuo y delirante amasijo de volutas, lazos, festones, cornucopias, conchas, molduras… que el genio del artista dispuso con fecundidad casi rubensina, para ser luego salpicado de pan de oro.Otra nota peculiar es su rigidez. Rigidez que no hay que tomarla en sentido negativo, sino como efecto buscado e intencionado. Frente a la bullidora movilidad de otros pasos, pensados para temblar y cimbrearse, aquí no hay un solo elemento que oscile, como no sean los rayos de la ráfaga o los vaporosos flecos del manto de la Virgen. Con ese estatismo (que alcanza incluso a los candelabros, concebidos como palmeras fuertes y compactas) se consigue cierto aire de grandeza faraónica, realzando más el aplomo mayestático de la imagen. Por eso se ha dicho que es «tal para cual»: el mejor trono para su reina. Inteligentemente, se acudió al juego de los contrastes, para potenciar determinadas partes. Así, por ejemplo, sobre los ángulos de los respiraderos se incluyeron unas menudas copas para flores. Ligeras y volátiles, que alivian la pesadez general del conjunto. O que lo intensifican según se mire.
Por otro lado, rematando los candelabros, se colocó un adorno originalísimo e inusitado: cuatro faroles de plata, suspendidos sobre el racimo de tulipas, que ponen una nota muy personal, inconfundible ya para todas las retinas cofradieras. Con estos faroles quedan expresados sutilmente todos los conceptos de severo y augusto señorío que inspira la Virgen del Amparo. El difícil equilibrio colorista entre su frío metal repujado y el caliente dorado de las demás piezas, es precisamente el mayor de todos los refinamientos que aquí se alcanzaron. Hasta el punto de que el paso, sin los faroles, seguiría siendo igual de bueno, de lujoso y de opulento, pero no parecería ya el mismo.»